-¿Cómo suena el abisal?-, pregunta la voz.
-Algo así como la nada o el vacío-, responde su eco.
-(Imagino la música que les mueve en rumbo involuntario, sin causa ni destino, así)-
Por un instante en Oniria:
No, no estaba embarazada, pero parí, y ví lo que salió de mi vientre. Estaba en una bolsa, un ser extraño, con lo que parecían ojos, grandes y soldados. Supuestamente no era humano, eso me dijiste. Por lo visto, cuando no eres enjendrado se crea una forma en tu interior que termina saliendo de ti cuando menos lo esperas.
En el abisal:
Y se abrió una grieta en el océano emocional, rompiendo la roca sumergida, aquella que nadie podía atravesar. Me sorprendío ver cómo la muchacha se deslizaba hacia un interior desconocido y tan profundo, que le perdí el rastro apenas entrara por aquella brecha.
-Se alimentará de la sombra sin sol-, dijo una voz.
-Roncos y secos serán sus movimientos-, respondió su eco.
El abisal nunca es visitado, es un lugar solo de ida y permanencia. Lo habitan los que se quedaron sin nombre, sin forma o rostro, los que desaparecieran sin dejar rastro o huella. Allí no llegan los gritos o las voces, se pierden en la boca del pez más pequeño. ¿Oscuro?, no lo sé, ¿rocoso?, no lo sé. Como tragados por un momento intemporal, sin recuerdos, al olvido.
-¿Cómo sabes que existe ese lugar?-, dijo la voz.
-Queda el instante vacío y justo antes de irse, murmuran su secreto-, respondió eco.
~ En los viejos tiempos, si alguien tenía un secreto que no podía compartir, subía a una montaña y buscaba un árbol, le hacía un agujero y susurraba el secreto. Luego, lo tapaba con barro y dejaba el secreto ahí para siempre. ~ («In the Mood for Love” de Won Kar Wai)
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