Inventando. «Oda al pecar»

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Pecando I

~

La avaricia es mía
el reto de mi espejo
la codicia en porfía
de aplauso y festejo.

Tú eres mi lujuria
obnubilada carne
a este amor injuria
que en deseos arde.

Mi gula es viciosa
la aparente víctima
dando razón ociosa
a esta amiga íntima.

Tú eres mi envidia
lo tuyo que era mío
la altruista perfidia
es poder que ansío.

Es extraña la pereza
amando esta pausa
la gana no entereza
perseverando causa.

Tú alimentas mi ira
golpe de venganza
que el cruel admira
obrando la matanza.

Orgullosa soberbia
escritura que avala
la firma de mi fobia
viste trajes de gala.

~

Diario no diario. «Lo justo es justo porque es justo»

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-El muchacho fue a enterrar su padre-.

Pues lo que es para uno, para uno debe ser. En su lugar se encontrará lo que no se hallaba. A su tiempo lo que fue a destiempo.

-Ese hombre que ves ahí se dice tu padre, al que todos llamaban «cabrón», y así es, es lo mínimo que podía ser llamado, él se forjó su nombre con empeño. No dio pena, ni por viejo ni por enfermo, ni por saberlo muerto. Solo lamentamos el oxígeno y alimento que consumió, que tanta falta le hizo a otro-.

(Pensamientos crueles: hasta las alimañas, bacterias y sanguijuelas, comen y tienen derecho a vivir…)

-¿Dónde está la compasión, la humanidad, el perdón?-.

A veces, seamos honestos, quisiéramos ver representada nuestra venganza, palpar cómo el dolor se revierte en él, tanto daño como hicieron sentir. La cuestión es que la única cosa que te queda es la justicia natural, que cada cosa se ponga en su sitio, con el tiempo, que el mal que haya hecho alguien, finalmente se compense en su propia infelicidad o amargura. Esperando eso del karma, y que la vida se compense de alguna manera.

-¡Que se muera solo!-.

(Más pensamientos crueles: muere con dolor y sin amor, ¡cabrón!…)

Y si se muere solo, se morirá y todo pasó, ni sabrá, ni padecerá, ni frío ni calor, ya no verá más la luz y tampoco habrá castigo, ni juicio final, ni que le lean «la cartilla».

Y un hombre va a morir, uno cruel, inconsciente, maltratador, una mala persona sin momentos buenos, uno que duerme y se despierta, se lava y viste, el que trabajó y procreó, se casó, separó y fue infiel, engañó, mintió, sufrió e hizo sufrir, construyó y destruyó, como tú, como todos hacemos en mayor o menor medida. Pero él es de lo peor, y me dan ganas de vomitar, …saber que es un ser humano, igual…

-¡Cuánta ironía!. ¿Dónde está mi compasión, mi humanidad, mi perdón?-.

(Mil pensamientos crueles: …ese gran hijo de puta, ¡que se muera ya!…)

Lo justo ha de ser justo porque es justo.

-¡Un pobre hombre!… lamentaremos su vida, no su muerte-.

Si perdonas no ignoras, tampoco vendría del rencor, la venganza seria este perdón, ya que lo justo seria injusto para los dos, si en ti se representara su reflejo vil. Serías un mal dañino igual que él, y eso, eso es lo que espera, pues no hay ser humano en «sus cabales», que no espere una reacción, un castigo por sus actos, él así lo quiere, y te espera en su juicio final.
Si con el perdón se encontrara, ahí acabaría su vida, y su existencia no tendría más sentido.
Correría desbocado como loco, detrás de ti, suplicando un porqué de este perdón en la forma más retorcida: suplicando amor, mirándote de frente y pidiendo: «¡dime que soy una mala persona!». Viendo cómo, todo lo que hizo, no ha cumplido su objetivo, tener su correspondencia, sufriendo su culpa, su sentencia.

-¿Perdón?, ¡pobre hombre viejo que no le quedan fuerzas ni inteligencia para dañar más!-.

¿Es justo?, ¿no es más lógico que cada cual cargue con su culpa, con la visión impresa en los muros de su hogar?, ¿es morir en soledad el mayor castigo?.

-No hay justicia. No es justo lo que es justo porque sea justo-.

(Mil millones de pensamientos crueles: ¡Ven a mí vengador enmascarado!, haz la marca de la «Z» en su frente, y que todos sepan que es un canalla…)

No soy un bondadoso dios que perdona, pero soy un ser humano que te olvida, que perdona al ser que fuiste porque no supiste ser mejor, perdono al yo que fui, por no irme antes de tu lado, por dejar que hicieras daño.

-¡Qué rápido se desvanecen las ganas de venganza y rencor!, si es a ti mismo a quien perdonas y al otro ignoras en su presente moribundo…-.

(Miles de cientos de millones de pensamientos crueles no fueron ya para mí. Ocuparon demasiado espacio y no me dejaban ver más, solo a ese pobre hombre que morirá y que no significa nada hoy, no consume alimento ni oxigeno…)

El muchacho perdonó a su padre, y éste murió en vida agonizante, solo. También se perdonó por consentir, por soportar, por no devolver en justicia lo que debía ser justo en cada momento.

El muchacho acompañó a que enterraran a su padre. Fue a la casa que habitó y observó la nada y el todo, de una vida que latió como la suya propia, sintió estar hecho de esa misma sangre, esa misma carne. De lo que jamás podría deshacerse.

Ese perdón, perdonó su esencia vital también.

Lo justo es ver cómo tus actos tienen una consecuencia, si son de amor, esperas amor, si son dañinos, esperas daño.

¿Y si lo esperado no fuera así?, ¿y si con daño correspondieran tu amor y con bondad tu daño?. ¿Quedarían deudas, penas por cumplir?, ¿y si no hay denuncia, ni hay delito, ni culpables o víctimas, ni juez?

Lo justo es justo porque es justo para ti. Haz lo que debas hacer, por ti, para ti. ¡Grita, denuncia, vete!

Los pensamientos crueles se desvanecen por supervivencia… Entierra ese ser que fuiste, y mira de frente el mundo que creaste a tu alrededor, aunque hayas cambiado, lo que hiciste será parte de tu mundo… y buscarás, incansablemente, que la vida ejerza su justicia hacia ti. No pudiendo soportar el perdón. Y no llegará tu pena o castigo, incluso tú lo olvidarás, y no habrá justicia, ni será justo lo justo porque debía ser justo.

Y no hay juicio final, se morirán también los dañados, y con ellos la crueldad.

Habrá una sombra, que será la tuya, que en una nueva oportunidad que te dieras, quizás puedas hacerlo mejor. Tu eliges, elige mejor.

(Cientos de miles de millones de pensamientos crueles, para todo aquel ser humano que ejerce su fuerza e impone su voluntad a otro ser. Para aquellos que violan o maltratan, bloquean la vida e impiden la libertad de otro ser humano, para éstos, no me queda más que pensamientos crueles, y no hacen daño más que a mí, ¿quién ejercerá justicia en lo justo, que justo ha de ser por ser justo?).

-El muchacho vio cómo enterraban a su padre y nadie más habló de él-.

Y así, lo que es para uno, para uno debe ser. En su lugar se encontrará lo que no se hallaba. A su tiempo lo que fue a destiempo.

Inventando. «Juicio a la culpa»

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Culpable se presentó buscando su suerte,

ni delito ni víctima habrían aún llegado.

No hay juez, testigos o prueba que alegue,

la razón de ser para el condenado.

Diga, ¿qué ocurrió?

¡Soy culpable!

Delito no tenía forma definida,

aplicado se presentó el cuerpo dañado.

Sin prueba física, vino la víctima vestida,

el castigo injusto censuraba  el letrado.

Diga, ¿qué le ocurrió?

¡Soy víctima!

El perdón fue dado pero no aceptado por él,

rechazó que su conciencia liberara el alegre redentor.

Dar la pena al doliente era el fallo más cruel,

pues si hay castigo, hay delito, víctima y malhechor.

Diga, ¿cuál fue el delito?

¡Su conciencia!

Sin pena quedaría el delincuente,

que gritaba su pecado a la furia del viento.

Ante el silencio del deponente,

no hubo más que rendirse al absuelto.

Diga, ¿cuál será la pena?

¡Su libertad!

Diario no diario. «Autocastigo»

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El «autocastigo» es generado por el sentimiento de culpa.

Cuando ignoramos las causas del sentimiento que vivimos, solemos patalear, buscar un culpable en el exterior, pero solo para exigir el castigo que uno mismo no es capaz de darse, como amonestación a un hecho que ha producido dolor a alguien.

Cuando no hay maldad premeditada, me refiero a la inconsciencia del porqué de nuestros actos, el autocastigo se vale del daño ajeno. Cuando si hay maldad, si es intencionado, sabiendo perfectamente lo que hacemos, buscamos a un tercero para reprenderle por las faltas que sufrimos, el miedo al abandono, a la falta de afecto o amor, buscando sentir la muerte y el desprecio desde fuera materializándose lo que sentimos de nosotros mismos. Saber que hacemos el mal para merecer un mal mayor, pues no merecemos ser amados, «soy malo» y «quiero mi penitencia». No es lo mismo que el autocastigo inconsciente, ya que éste mal que generamos está elaborado por un alma dañada, que lo sabe y busca la venganza, es producto de la ira, de no ser amado ni haber aprendido a amar, ni a ser empático, a ser consciente de sí mismo, a valorarse o a ser humilde.

Lo que hacemos no será tan decepcionante para nadie como para nosotros mismos.

Esto no hace sentir mejor al dañado colateral, ya que, aún siendo conscientes de que la actitud es generada por el autocastigo, la comprensión o aceptación no va a cambiar el dolor generado.

El culpable tiene alterado el sentido de la percepción de las cosas, no suele ver los matices o encontrar un término medio, es egoísta y a menudo refleja las causas de sus sentimientos en otros, haciéndolos responsables de sus «pecados» o de sus sufrimientos. No tiene autoestima, es más, tiene una estima sobrevalorada ejerciendo agresividad física o verbal e intimidando a otro.

Pienso a menudo en la causa de la culpabilidad, durante un tiempo creí que era por nuestra educación religiosa, siempre hay que pagar por faltar, dañar, ofender o robar, incluso generando un sentimiento contradictorio ante el premio de la vida, pues no recibimos en su plenitud tampoco el poder regodearnos del hacer lo correcto y la satisfacción de ser felices. De alguna manera, la religión te avisa de que has de estar preparado para estar bien hoy pero que no lo disfrutes demasiado que siempre vienen las penas después.

He ido reflexionando sobre esta relación de culpa-religión, ya que he trabajado para romper ese vínculo con mi propia educación en los mandamientos y ahora creo que la raíz del sentimiento de culpa nace por la falta de amor, sobretodo, el amor maternal.

El amor está en la aceptación social, sea en tu entorno familiar, de amigos o ambiente laboral, lo buscamos por todas partes, necesitamos recibir y dar. Enfermamos si no recibimos reconocimiento de nuestra existencia. Dar amor no es fácil, a veces, recibirlo tampoco; darlo satisface, pero no ser correspondido te va dañando de una manera irremediable.

La consciencia y trabajar estos sentimientos, abrir la mente y conocernos bien, puede encaminarnos hacia el perdón, y ésto es el principio de un amor regenerador, comenzando por uno mismo, pues no es culpable de no haberlo recibido, y después, perdonando al mundo para poder seguir viviendo.

Curarse de una herida física es fácil, conlleva tiempo y cuidados, pero curarse de la culpa conlleva encontrar lo intangible, llegar dónde está el daño, reconocerlo y comenzar su cura con el «autoperdón».

Inventando. «Oda al jorobado»

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Andaba el jorobado con una gran carga a sus espaldas, sus huellas en la tierra eran tan profundas que se formaban charcos con la lluvia.

Pasaba el tiempo y por cada paso que daba se hundía más en el fango; yo me senté, expectante, a observar a dónde iría.

Llegó un día en el que el jorobado ya no conseguía levantar un pié del suelo, paralizado, sucumbió a la insoportable carga.

Quise ayudarle pero me había quedado sin fuerzas, perdiendo la noción del tiempo, envejecí.

El jorobado dejó caer su joroba, me miró sonriendo y salió levitando en un vuelo vertical.

«¡Espera!, ¿a dónde vas?», grité.

Fue lo último que hice y caí en las profundas huellas que dejó; su carga abandonada me cubrió volviendo a allanarse el camino.

Nadie supo que yo yacía allí, pero pude escuchar las leyendas sobre un hombre que cargó con la culpa y el castigo liberando a todos de ese pesar.

Desde entonces, cada ser pudo elegir poder equivocarse, volver a intentarlo y tuvo el derecho a no ser juzgado.