Paolo y Teresa decidieron separarse.
Casa, coche, aparatos de gimnasia, cuadros, ordenadores, libros, ropa de hogar, ahorros, objetos decorativos, regalos, lavadora o secadora, lámparas, ollas, platos y hasta cubiertos o cuchillos. Todo fue separado y repartido con equidad, lógica y por igual.
Todo empaquetado y listo para dejar en venta lo único que no podía ser dividido físicamente. Se abrazaron y se besaron en los labios, era de lo más natural. Con el alma desgarrada y el amor en un puño, apretando las llaves de su nuevo hogar.
-Se acabó.
–Soy libre.
–¿Y ahora qué?
–Soy feliz ahora.
–Ya está hecho.
–No mires atrás.
Al legar a casa, Paolo recolocó todo lo que le hubo quedado de la mitad de la convivencia, lámpara, platos, su taza del té favorita, las toallas moradas, libros repartidos en la estantería y en la nueva mesita de noche, cojines, mantas, cuadros, un butacón y demás cosas. Se puso la ropa de deporte y salió a correr, así, haciendo cosas cotidianas, se haría más fácil no pensar.
En la otra punta de la ciudad, Teresa guardó los muebles que eligió y las cajas embaladas en una de las habitaciones y cerró la puerta, se hizo un café en la cafetera que ya venía con la nueva casa, de esas clásicas italianas, encendió un cigarro y se sentó en la pequeña terracita de un octavo piso con vistas a otro edificio. Siempre presumió de tener buena memoria, era ella quien llevaba la agenda en casa, programaba las citas y adelantaba acontecimientos o días libres. Desde que se despidió de Paolo no pudo remediar que por su mente pasara, como en una película, toda su historia y los momentos vividos con él. Sonreía o soltaba alguna lágrima, mientras daba pequeños sorbos al café.
–¿Qué hago con todos estos recuerdos? Los días malos y duros que pasamos. Los maravillosos y viajes, todas esas aventuras… Grandísimos y preciosos momentos, románticos y divertidos. Los cambios, las pérdidas, el dolor, tanto amor… (pensaba preocupada Teresa).
Paolo era muy despistado, más bien de vivir al día, no solía recordar los buenos o malos tiempos, se solía olvidar de las fechas de cumpleaños, aniversario, aprendió a llevar la agenda para tener en cuenta las citas importantes. Teresa imaginó a Paolo sin recuerdos de todos estos últimos veinticinco años de sus vidas, desde que se conocieron. Pensó que era injusto para ella haberse llevado todos esos recuerdos y que, al igual que habían repartido todas las propiedades, debían hacer lo mismo con la memoria, de todo lo maravilloso o lo doloroso, quizás era una carga demasiado grande para una sola persona.
–No es justo. Hay que repartir recuerdos, (pensó).
Pasados unos días, quedaron para tomar un almuerzo en un bar donde nunca habían ido, un domingo tranquilo de agosto. Paolo estrenaba sus vacaciones y a Teresa le pareció buena idea proponerle lo del reparto de recuerdos. Decidieron sentarse en la terraza bajo las sombrillas con vistas a toda la ciudad. Fue cargada con dos grandes álbumes de fotos y lo dejaría caer sobre la mesa de forma rotunda para llamar más la atención de Paolo y presentar su idea, que en realidad era ya un hecho.
–He repartido todas las fotos que tenemos, desde que nos conocimos, en dos álbumes, pero vamos a ir mirando a ver si prefieres unos u otros recuerdos.
A Paolo le pareció bien, le encantaba lo buena organizadora que siempre fue Teresa y la forma en la que presentaba sus ideas y programas para las vacaciones, así que sonrió y puso todo su interés abriendo uno de los álbumes.
«Recuerdos de Paolo»
~Bolonia, verano de 1990
Unas fotos de ella a los veinte años, en la playa, un verano en el camping, volando cometas, él subido a un árbol para colgar la hamaca, la fogata dónde hacían sopas o asaban el pescado que habían estado toda una tarde esperando a pescar~
Ella le susurraba los detalles, momentos y cosas que dijeron esos días, mientras él pasaba las páginas de ese viaje. Cada palabra de Teresa no solo salía de sus labios, se extraían de su mente, de sus recuerdos, entrando a pasar un bien de Paolo, solo suyo, ella lo olvidaría a pesar de su buena memoria… Igual que la colección de Julio Verne con la que él se quedó.
–¿Quieres este recuerdo?
–Si, me gusta, ¿cuál tienes tú?
-Pasa la página, tú solo dime si quieres estos recuerdos.
~Oviedo, navidad de 199o
La fachada del viejo hotel. Las luces que decoraban la ciudad, ellos embutidos en plumones, gorros y bufandas de lana en medio de la multitud~
Siguió contando al oído de Paolo, cada detalle, textura, olor, sensación, la caída de Teresa en la calzada helada y como pasó los últimos días de las vacaciones con el tobillo vendado. Cómo él la llevaba en brazos para bajar o subir las escaleras y las fotografías que le hizo ella mientras él patinaba solo sobre la pista de hielo.
-¡Qué bien lo pasamos!, aunque tú lo pasaste mal ese día en el que te caiste y la rehabilitación te costó mucho también.
-Bueno, ya no lo recordaré jamás.
-¿Por qué, si me has contado cada detalle y tienes una memoria envidiable?
-Si, Paolo, de eso se trata, de repartir la memoria de nuestra historia. No es justo que yo cargue con todo esto.
-¿Y si alguna vez necesitas acordarte de algo que nos pasara?
-Si no lo recuerdo, no lo necesitaré.
-¿No nos sentiremos vacíos?, ¿y si nos viene la sensación de haber perdido algo muy nuestro, muy arraigado en nuestro interior, que parezca un agujero, un hueco, como si nos faltara algo?
-Entonces nos llamaremos y quedaremos para preguntarle al otro el porqué y averiguar qué nos ocurre, qué nos falta.
-Pues nos faltará el otro, Teresa, esto es así. Nos echaremos de menos, es lo normal.
-Confía en mí. Sigamos el reparto.
-No Teresa, el vacío lo sentiremos igual, recordemos o no, como cuando vayas a buscar releer «La vuelta al mundo en 80 días», y no lo tengas, porque yo me lo llevé. Te lo tendrás que comprar o buscar otra cosa que leer.
-No puedo comprar recuerdos nuevos contigo.
-No, no puedes, tendremos que crear otros, totalmente nuevos.
-Tú olvidarás nuestra historia, no tienes buena memoria.
-Sigamos mirando los álbumes y me cuentas todo, el tuyo, el mío, con todos los detalles, cada vez que mire las fotografías vendrán a mí tus palabras y todos los recuerdos.
Pasaron horas en aquel bar, pasando las hojas, riendo y llorando los tiempos que pasaron juntos. Cuando comenzaron a distanciarse.
Decidieron intercambiar el álbum cada cinco años, ya que Teresa había hecho un reparto bastante equitativo pero incompleto de sus memorias.
Otro beso en los labios, un abrazo de los que duran una eternidad. Se alejaron con una sonrisa en la cara y lagrimas entre los dedos, el amor les inundaba el alma, de vivencias, dolor y amor, toda una vida…
Paolo llegó a casa y fue directo a la estantería donde colocó la colección de Julio Verne, la empaquetó y lo dejó en la entrada para no olvidar enviársela a la mañana siguiente sin falta.
Teresa abrió la puerta donde dejó las cajas del «reparto de bienes» y fue colocándolas entre sus cosas. Se puso la ropa de deporte y salió a correr, como siempre.
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