Inventando. «Nómada de mí  o de cómo llegar a playa Tabuca»

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Salgo del envoltorio de mi cuerpo, ya inútil, como muerto. Me dirijo hacia la etérea imagen que es solo un presentimiento, como las líneas que veo en el papel en blanco antes de empezar a dibujar. Me siento como nómada de mi misma, de una yo a otra yo que espera a que la habite, con otros sueños, nuevos horizontes, otra forma de mirar.

Quizás vaya a playa Tabuca, el país que se parece mucho a este, pero que es absolutamente diferente.

Si quieres verme, tendrás que viajar en el atunero que sale antes del amanecer, o también soñando, cantando desafinado o en avión de papel.

Inventando. «El éxtasis del nómada»

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-Nómada, ¿qué hace falta para elevar tu alma al éxtasis?-, preguntó amor.

-La templanza, creo, es solo posible en el asentamiento pero la debería abandonar para buscar el éxtasis, provocar a la vida o a la muerte para conmover el alma.

-Dime, nómada del tiempo que eres, pues, ¿quién si no podría dejar el ayer, dejando choza y valija, para acampar en el hoy aún desconocido?-.

-Tú, amor, tú-.

-Y rondo los caminos que coinciden, rondo al nómada, que me enseña a través de palabras que susurra con su estar, y yo, esclava de la metáfora, la alegoría y la abstracción, me pierdo en la pasión por resolver los misterios de la vida.

-Sigue amor, sigue. Para mí eres como un río salvaje en el tramo de su nacimiento, y yo,… yo me asiento hoy en la templanza, me quedo a admirar tu cuerpo y alma, en éxtasis.

Inventando. «Diario nómada VIII»

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Aquel día el nómada se empeñó en morir. Eso parecía. Yo misma lo vi a la caída del sol, apoyado en el tronco de un árbol. Aún respiraba. No podría decir cuánto llevaba en ese estado, tenía los labios agrietados y las manos ennegrecidas de sangre seca. Las uñas rotas. Arañada la piel de la cara y de los brazos.

Le di agua, curé las heridas, lo lavé un poco, a medida que espabiló, le fui incorporando y dando algo de comer. Pasó la noche.

-Dos años-, dijo al amanecer.

-¿El qué?, dime, ¿quién eres?-

-Llevo aquí mucho tiempo. No recuerdo quién soy-, respondió mirando al suelo y con poco aliento.

-¿Qué ha pasado, por qué dos años, a qué te refieres?-.

-Dejé de caminar y paré a la sombra de este árbol a descansar. Me dormí y estuve soñando varios días sin interrupción, sin comer o beber, sin moverme de aquí. Cuando desperté sentí unas ganas tremendas de subir a la copa del árbol, es un tronco difícil. Me fue imposible. Dedicaba todo el tiempo y mis fuerzas a ello, caía rendido a su pié, volviendo cada día a intentarlo-.

-¿Me estás diciendo que llevas dos años aquí instalado para poder escalar este tronco?-.

-Si, así es. Sin nada más que mi cuerpo y cada día con menos fuerzas. Comí lo que caía cerca y bebí de la lluvia. Hasta ahora no había hablado con otra persona, eres la primera en todo este tiempo-.

-Podrías haber muerto de hambre o sed o de cualquier estupidez ¿Por qué no te fuiste y lo dejaste pasar?-

-No lo sé. Un día pasaba después del otro y no pude dejar de pensar en otra cosa que no fuera subir. Me empeñé en subir a la copa, me quedé sin fuerzas para cualquier otra cosa, ni para irme o pensar o ni siquiera mirar hacia otro lado-.

-¿Por qué querías subir?-.

-Perdí el rumbo, no sabía dónde ir. Pensé que desde ahí arriba vería mejor las cosas-.

-Te puedo ayudar si quieres volver a intentarlo hoy-.

-Esperaré un día para recuperar fuerzas, ¿te importaría quedarte?-.

Y así fue, me quedé con él. Seguí cuidándolo, buscando mejor alimento y agua. Recuperó vida en el rostro.

-El nómada me llaman-.

-¿Hacia dónde irá después de subir al árbol, señor Nómada?-

-Lo sabré allí arriba, por eso es tan importante para mí. Perdí el sentido de este nomadismo-.

-A veces debemos seguir caminando aunque no sepamos muy bien adónde vamos-.

-Cierto. También hay que pararse, ¿no crees?-.

-Claro, como yo ahora contigo-.

-Y tú, ¿no sabías hacia dónde ir?-, me preguntó.

-Descubriendo nuevos caminos, ya sabes, ¡seguir caminando!. Te encontré y paré. No hay más-.

-Descansemos-.

Al día siguiente, ayudé al nómada a subir a la copa del árbol. No fue sencillo pero no imposible, un empujón y con alguna ayuda, suelo llevar casi de todo en la mochila y nos apañamos para conseguirlo.

Lloraba en silencio, lo sentí por como respiraba. Él sentado en lo mas alto, yo, esperé a la sombra, luego fui a por algo para comer.
Pasó el día y allí seguía. Lo llamé buscándolo con la mirada, pero no conseguí verlo. La frondosidad de aquel árbol era tal, que apenas podía distinguir el cielo del verde. De repente escuché un grito y me lanzaba la cuerda que le ayudó a trepar. Yo la agarré con fuerza y el nómada se deslizó poco a poco hasta el suelo.

-He dejado atada la cuerda para poder subir cuando quiera, ¿te parece bien?, la cuerda es tuya-.

-Claro. Pero, ¿volverás a subir?-.

-No lo sé-.

-¿Qué has visto?, ¿es tal y como imaginabas?-.

-Mejor aún. ¡Perspectiva!. He visto todo lo que dejé atrás, todos los caminos posibles, y un impredecible horizonte-.

-¿Te vas ya?-.

-Si. ¿Vienes?-.

Y marchamos juntos. No era muy hablador, al menos al principio, me escuchó durante dos días contarle mis historias y anécdotas, después fui yo la que le escuchó, tenía una de esas voces con las que te irías al mundo de los sueños, no de aburrimiento, más bien por la tranquilidad, paz y armonía que transmite. Una imagen muy alejada de la primera vez que lo encontré. Habló sobre lugares y personas, recordaba los nombres y describía con detalle los rostros y paisajes. Una memoria que dijo no haber puesto en palabras jamás, hasta encontrarnos. Se alegró de haberme contado su historia, dijo que era como tener la certeza de permanecer en mí y yo en él, en nuestros recuerdos.

Cuando nos separamos me dijo que a nuestro encuentro le había dado un nombre, pues si yo no hubiera llegado ese día, quién sabe si hubiera restado allí, perdiendo la vida bajo el tronco, observando la copa de un árbol como meta final de su existir.

-Siempre-, dijo.

-¿Siempre?-.

-«Nunca, nunca subiré a este árbol», eso pensaba justo cuando llegaste a mí-.

-Me gusta, nómada-, y sonreí.

-Hasta Siempre-. Me saludó con la mano en alto y siguió hasta perder mi silueta en el sendero, estoy segura.

El nómada seguiría caminando.

Inventando. «Diario nómada VII»

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Dicen que el nómada es cruel
que nunca más te volverá a ver
que ni lágrima vertida sobre él
movería su paso a retroceder.

Dicen que no tiene recuerdos
que al marchar tu rostro olvida
que ni del amante el requiebro
haría cambiar su errante vida.

Dicen que no vuelve la mirada
que dejaría perro con hambre
que ni pena ni dicha en posada
escribiría en tinta o en sangre.

Dicen que el nómada es infiel
que va y viene sin expectativa
que no hay sombra bajo su pié
sin la huella del pasado se iba.

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Inventando. «Diario nómada VI»

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Dejará la puerta entreabierta
a quien entrar o salir pudiera
una afín amistad descubierta
es el agua que beber quisiera.

Sellará con amor esta ventana
para quien quedar hoy deseara
por vivir un día será la artesana
de amante que nómada soñara.

Romperá el techo con libertad
para quien al sueño despierta
pide a la noche y a la infinidad
lluvia que riegue alma desierta.

Pintará pavimentos de vivencia
a quién el perdón le descalzara
un nuevo lienzo sin conciencia
con fe ciega el nómada trazara.

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Inventando. «Diario nómada V»

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Cuando ha decidido retomar el camino y la dirección hacia la que partir, al nómada le late fuerte el corazón. Tanto, que siente cercana su muerte.

¿Será que siente no volver al mismo lugar?, ¿será que sabe lo que no volverá a encontrar?

Será que el nómada sufre una fobia, una de esas que un médico no sabría diagnosticar, será el miedo a ser olvidado, o tal vez, a olvidar.

Siempre tiene esa sensación, la de vivir el final y el principio de lo incierto. Alguna vez pensó que era temor a lo desconocido, y decidió quedarse más tiempo en un mismo lugar, pero su latir bajaba a una frecuencia casi imperceptible al pulso, lo que le llevó a planear una nueva partida.

-¿Sentirán las aves migratorias algo similar?-, se preguntaba.

-Las aves saben dónde ir y volver, dónde anidar, en qué lugar está el alimento, no temen su destino-, se respondía.

Pero algo más fuerte a su voluntad impulsaba al nómada a levantarse y marchar. No sabía el porqué, solo seguía un instinto que era cercano al de sobrevivir.

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Aquella tierra quedaría seca
ni agua o gente alivian la sed
nómada que oraba a su Meca
soñando el fértil oasis tal vez.

Aquella mirada quedaría vacía
de razón y excusa para quedar
hombre que nuevo amor ansía
deseando conocer esta verdad.

Aquella meta quedaría atrás
ni fruto o semilla va a enraizar
a saciar su hambre ya jamás
descubriendo manjar a probar.

Aquella casa quedaría inerte
de una vida y día que arropar
nómada que tienta a su suerte
creando hogares en el umbral.

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Inventando. «Diario nómada IV»

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Es Nómada fiel a sí
al fluir de su sangre
al ahora y el aquí
a pausas de hambre
retales de amores
que beben de ayer
que salvan errores
a ocaso y amanecer.

Es Nómada hogar de sí
de sus cinco sentidos
de manos para asir
de encanto y hechizos
amigo de su paso es
que esquiva la piedra
que admira paisajes
a salto de fe se aferra.

Es Nómada dueño en mí
en cama abriga el frío
en lluvias y flor de abril
a estrella cuento lo mío
que olvidando fugará
que ni pena ni alegría
su destello menguará
a buenaventura se alía.

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Inventando. «Diario nómada III»

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Si, el nómada descansará hoy
poner en orden los días quería,
dejar mañana después de hoy,
el ayer, antes de éste quedaría.

No le queda más que continuar
le resta la obligación proscrita,
que ya jamás podría recuperar,
palabra dicha, en corazón escrita.

Soltó y cogió solo lo necesario
no cargando más a su espalda,
anudó en su muñeca el rosario,
con este mantra, el pecado salda.

No hay lugar para los recuerdos
que de tanto lastre abandonado,
cree haber olvidado requiebros,
quedando sin dicha, sin pasado.

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Inventando. «Diario nómada I»

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Si tuviera una puerta, la pintaría de colores y bordados floreados para rimar con algarabía.

Si tuviera una ventana, la dejaría abierta noche y día para hacer entrar las estaciones con alegría.

Si tuviera cuatro paredes, rellenaría los rincones de lana y algodón para leer por las mañanas.

Si tuviera un techo plantaría cerezos y naranjos para saborear los festejos sin guirnaldas.

Si tuviera una cama, la cubriría de hojas secas y ramas para dormir mi cuerpo en la nostalgia.

Si tuviera una dirección, podría recibir postales y cartas para decorar los estantes de palabra.

¿Y qué tengo?

Tengo color y tabla para pintar,
pared que cambia de población
rincones aún en construcción
techo será techo y es suficiente
ventanas abatibles en función
cama ocupa o invadida de gente.

¿Una dirección?

Espera, que iré a verte.

Inventando. «Lugares donde ir y no quedarme»

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Hoy el cielo surgió despejado
y no tiene que ver conmigo
sin la visión antropocéntrica
de camino arado o asfaltado,
y no tiene que ver contigo
sin la percepción egocéntrica.

Hoy el mundo amaneció claro
y no parece que vaya a durar
si no hay motivos para verte
un hogar para habitar sale caro,
y no parece que haya que curar
si no hay retos para vencerte.

Hoy el sol puede deslumbrarme
y no deseo lo que pueda ver
si no hay planos o mapa clave
lugares donde ir y no quedarme,
y no anhelo lo que dejé de ser
si no hay puerta para esta llave.

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