Aquel día el nómada se empeñó en morir. Eso parecía. Yo misma lo vi a la caída del sol, apoyado en el tronco de un árbol. Aún respiraba. No podría decir cuánto llevaba en ese estado, tenía los labios agrietados y las manos ennegrecidas de sangre seca. Las uñas rotas. Arañada la piel de la cara y de los brazos.
Le di agua, curé las heridas, lo lavé un poco, a medida que espabiló, le fui incorporando y dando algo de comer. Pasó la noche.
-Dos años-, dijo al amanecer.
-¿El qué?, dime, ¿quién eres?-
-Llevo aquí mucho tiempo. No recuerdo quién soy-, respondió mirando al suelo y con poco aliento.
-¿Qué ha pasado, por qué dos años, a qué te refieres?-.
-Dejé de caminar y paré a la sombra de este árbol a descansar. Me dormí y estuve soñando varios días sin interrupción, sin comer o beber, sin moverme de aquí. Cuando desperté sentí unas ganas tremendas de subir a la copa del árbol, es un tronco difícil. Me fue imposible. Dedicaba todo el tiempo y mis fuerzas a ello, caía rendido a su pié, volviendo cada día a intentarlo-.
-¿Me estás diciendo que llevas dos años aquí instalado para poder escalar este tronco?-.
-Si, así es. Sin nada más que mi cuerpo y cada día con menos fuerzas. Comí lo que caía cerca y bebí de la lluvia. Hasta ahora no había hablado con otra persona, eres la primera en todo este tiempo-.
-Podrías haber muerto de hambre o sed o de cualquier estupidez ¿Por qué no te fuiste y lo dejaste pasar?-
-No lo sé. Un día pasaba después del otro y no pude dejar de pensar en otra cosa que no fuera subir. Me empeñé en subir a la copa, me quedé sin fuerzas para cualquier otra cosa, ni para irme o pensar o ni siquiera mirar hacia otro lado-.
-¿Por qué querías subir?-.
-Perdí el rumbo, no sabía dónde ir. Pensé que desde ahí arriba vería mejor las cosas-.
-Te puedo ayudar si quieres volver a intentarlo hoy-.
-Esperaré un día para recuperar fuerzas, ¿te importaría quedarte?-.
Y así fue, me quedé con él. Seguí cuidándolo, buscando mejor alimento y agua. Recuperó vida en el rostro.
-El nómada me llaman-.
-¿Hacia dónde irá después de subir al árbol, señor Nómada?-
-Lo sabré allí arriba, por eso es tan importante para mí. Perdí el sentido de este nomadismo-.
-A veces debemos seguir caminando aunque no sepamos muy bien adónde vamos-.
-Cierto. También hay que pararse, ¿no crees?-.
-Claro, como yo ahora contigo-.
-Y tú, ¿no sabías hacia dónde ir?-, me preguntó.
-Descubriendo nuevos caminos, ya sabes, ¡seguir caminando!. Te encontré y paré. No hay más-.
-Descansemos-.
Al día siguiente, ayudé al nómada a subir a la copa del árbol. No fue sencillo pero no imposible, un empujón y con alguna ayuda, suelo llevar casi de todo en la mochila y nos apañamos para conseguirlo.
Lloraba en silencio, lo sentí por como respiraba. Él sentado en lo mas alto, yo, esperé a la sombra, luego fui a por algo para comer.
Pasó el día y allí seguía. Lo llamé buscándolo con la mirada, pero no conseguí verlo. La frondosidad de aquel árbol era tal, que apenas podía distinguir el cielo del verde. De repente escuché un grito y me lanzaba la cuerda que le ayudó a trepar. Yo la agarré con fuerza y el nómada se deslizó poco a poco hasta el suelo.
-He dejado atada la cuerda para poder subir cuando quiera, ¿te parece bien?, la cuerda es tuya-.
-Claro. Pero, ¿volverás a subir?-.
-No lo sé-.
-¿Qué has visto?, ¿es tal y como imaginabas?-.
-Mejor aún. ¡Perspectiva!. He visto todo lo que dejé atrás, todos los caminos posibles, y un impredecible horizonte-.
-¿Te vas ya?-.
-Si. ¿Vienes?-.
Y marchamos juntos. No era muy hablador, al menos al principio, me escuchó durante dos días contarle mis historias y anécdotas, después fui yo la que le escuchó, tenía una de esas voces con las que te irías al mundo de los sueños, no de aburrimiento, más bien por la tranquilidad, paz y armonía que transmite. Una imagen muy alejada de la primera vez que lo encontré. Habló sobre lugares y personas, recordaba los nombres y describía con detalle los rostros y paisajes. Una memoria que dijo no haber puesto en palabras jamás, hasta encontrarnos. Se alegró de haberme contado su historia, dijo que era como tener la certeza de permanecer en mí y yo en él, en nuestros recuerdos.
Cuando nos separamos me dijo que a nuestro encuentro le había dado un nombre, pues si yo no hubiera llegado ese día, quién sabe si hubiera restado allí, perdiendo la vida bajo el tronco, observando la copa de un árbol como meta final de su existir.
-Siempre-, dijo.
-¿Siempre?-.
-«Nunca, nunca subiré a este árbol», eso pensaba justo cuando llegaste a mí-.
-Me gusta, nómada-, y sonreí.
-Hasta Siempre-. Me saludó con la mano en alto y siguió hasta perder mi silueta en el sendero, estoy segura.
El nómada seguiría caminando.
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