(Me pregunto si me entederán los peperoni, las cipolle, los pomodori y el aglio).
-¡Quiero hacer unas lentejas como las hace mi madre!-
Y así las hago, pero las «tuneo», he probado a echarles uva pasa, almendras, mijo o champiñones, yo me las como y me quedo encantada, a otros comensales les resulta raro el dulce de la pasa que explota en la boca relleno de jugo pimentonero.
Una de las cosas que más me gusta del mundo es cocinar, más aún si es para los demás. El ritual de cortar, sofreír, sazonar, oler, probar, mover, charlar y tomar un vaso de vino, esperar mientras la casa se invade de olores ricos.
-Lo he dejado de hacer-
Me gusta mucho si, pero ahora no quise más. Ni siquiera para mí.
(Me pregunto si me entenderán las melanzane, las carote y los zucchine).
Mi hermana dice que nunca he cocinado para ella, o en su casa para la familia, y es verdad. A todos se nos da más o menos bien, mi madre es una gran entendedora de las cocinas y platos riquísimos, ha cocinado siempre para muchos, en casa y en su negocio.
-Lo echo de menos-
Hoy corté zanahorias y brócoli, así sin nada más, al vapor y un poco de sal. No es un manjar, pero me mantendrá.
~
Me pregunto si me entenderá la cebolla,
si no sienten ni piensan o lloran,
no me hacen soltar una lágrima en la olla,
no es por ti, es por mí, y me ignoran.
Me pregunto si me entenderá la calabaza,
que ni cuarto ni mitad ya compro,
dulce crema con picatostes es alabanza,
ni fría ni caliente y sin pan, no mojo.
Me pregunto si me entenderá el brócoli,
que con zanahoria hoy la hervía,
no importará si aderezo con ajonjolí,
si soy yo la única que tiene esa manía.
Me pregunto si me entenderá el estómago,
a quien ignoro en los últimos diarios,
ruge como si hablara y no es un halago,
a los sentidos doy coba sin recetarios.
~
-Si alguna vez el maíz, el arroz o el calabacín os preguntaran por mí, es culpa mía, yo les hablé de ti-.
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