Diario no diario. “Entre la espada y la pared y la teoría de los trenes”

Deja un comentario

Me he dado cuenta de que, cuando escribo, uso con frecuencia la expresión “a veces” o “hay momentos”. Quizás porque dos de mis pasiones sean la jardinería y la cocina. En estos terrenos, parece que se deban componer las medidas exactas para obtener, en la receta o planta, el resultado deseado. Pero hay muchas variables, dicen que también depende del estado de ánimo y por supuesto, de la calidad de la materia prima. A veces pasa, si, que sale diferente a como pretendías. En la jardinería más aún, pues no puedes controlar el tiempo, las plagas de la flora del lugar, de lo sana que estuviera la planta de dónde salió la semilla o el esqueje y la conjugación de otros elementos, como la tierra o el agua con la que riegas y demás.

-¡Todo tiene vida, independencia, libre albedrío!-, digo con entusiasmo.

-¿Hasta una tarta?-, mofándose.

-¡Incluso una tarta o unas lentejas! Eso creo. Tú pones los ingredientes, tu trabajo, amor, ilusión o cuidado, y elijes los elementos. Lo pones a cocinar al fuego y, a partir de ese momento, toma vida propia. Tú solo esperas el resultado, puedes estar atento al horno y al “chup chup”, solo eso-.

No sé si podemos hacernos una idea de cómo se aplican estas variables en la vida de una persona, donde existen tantos elementos, materia prima, momentos, circunstancias, estados de ánimo, edad, sociedades, culturas, vivencias, recuerdos, encuentros, información, medios… Quizás sea por esto, mis tantos “a veces”.

-Puede ser porque no estés segura-.

-Precisamente, pues es tanta la incertidumbre, sobretodo cuando eliges, o mejor dicho, debes elegir-.

-También depende mucho del momento de la vida, las circunstancias. Una relación entre dos personas, en otro momento, lugar o tomando otras decisiones, pueden tener resultados totalmente diferentes-.

-Si, a veces es así-.

-”¡A veces!”-, se sonríe.

Estar entre la espada y la pared”

A veces pasa que nos encontramos entre la espada y la pared. Debemos decidir. En ese preciso momento no tienes más que una opción. Decidir. No, y te vas. Si, y te quedas.

-Entre la espada y la pared no existen muchas opciones, estás algo limitado a “decide o muere”-.

-Cierto, hay momentos en los que es así, no te puedes quedar a mitad de camino, vivir en los medios, o vives o mueres-.

-O siempre, o jamás, como si no existiera una forma de vida “a medias”-.

-¿Por qué?, no creo que deba ser así. O en algunos casos, ¿puedes ser madre a medias?, ¿pintor a medias?, ¿jugar al tenis a medias?-.

Creo que, a veces, no podemos ser o hacer algo “a medias”, hay que tomar una seria actitud, un bando, postura, decisión. Después habrá oportunidad de cambiar, pero será momento de elegir otra vez.

-Puedo jugar al tenis pero no ser tenista profesional, es una opción, pero no soy tenista a medias-.

-Cierto, pero para ti, jugar al tenis no es algo profesional, forma parte de ti, sigues las normas, le dedicas un tiempo, y no implica o condiciona a otros seres. Por ejemplo, imagina que estás trabajando y tiendes a dirigir la labor de tus compañeros, cuando no es ese tu cometido, pero los dueños de la empresa, viendo que puedes tener cualidades para ello y buscan a alguien como tú, te ofrecen dirigir tu sección. Pues vas tú y dices que no, que prefieres seguir así. Cosa que a ellos no les viene bien, ya que otra persona dirigirá al personal y tú tendrías que seguir sus directrices. Peor aún, te plantean que si sigues con esa actitud, tendrán que despedirte-.

-Me pones entre la espada y la pared-.

-Podría ser otra situación. Imagina que una mujer te ofreciera ser padre y te dice que puedes tomar parte en su crianza y educación, o que por lo contrario, puedes colaborar en la inseminación, desentendiéndote después. No podrías jugar a ser “papá” tres veces por semana, durante dos horas, como si sudaras la camiseta con un colega en la cancha, ¿comprendes?-.

-¿Y si decido ser director o padre, y después no valgo para dirigir o como padre soy un desastre?-.

-Eso ya es otro tema. Es parte de la vida, ir gestionando y solucionando lo que nos venga. Lo crucial es la decisión, no quedarte en esas mitades que no implican ningún compromiso-.

-¿Se trata de compromiso?-.

-Eso es, decidir conlleva un compromiso, además no implica que no vayas a fallar o a equivocarte, simplemente que darás de ti lo mejor para con la elección tomada-.

-Me encanta jugar al tenis-, cierra los ojos como recordando la última partida.

-No lo haces mal del todo, si hubieras practicado desde pequeño y entrenado cada día, ¿quién sabe?, ahora serías un tenista profesional-.

-¡Ese tren se me pasó!-, riéndose y tocándose el pelo desde las entradas que comienzan ya a aclarar.

La teoría de los trenes”

-Últimamente ya no la escucho tanto, pero si la he oído mil y una veces. “este tren solo pasa una vez”. (Ahora me dicen eso de “se ta pasao el arroz”)-.

-¡Vaya!, como si viviéramos en una estación esperando a que pase aquel que nos lleva al destino deseado, o como si fuéramos a hacer una paella con nuestra vida, ¿qué le importa a la gente?-.

-Nunca me gustó. Te hace sentir que has desaprovechado la vida. Como si los demás fueran mucho más inteligentes y clarividentes para ver lo que podrías haber hecho-.

Si hubiera, o si pudiera, no me gustan tampoco estas expresiones, aunque a veces son inevitables, y las piensas, no siempre que van mal las cosas, son simples juegos de la mente, pensando por ti o por otros, cuando divagas en los recuerdos.

Es un dicho bastante desagradable, pero es cierto que da rabia cuando pierdes un tren, has de hacer cambios, improvisar otras alternativas, pensar qué hacer con el tiempo hasta que llegue otro… ¿y si no llega?… Por supuesto es una metáfora de los momentos cruciales, los que son o fueron más idóneos para hacer algo o elegir un camino. Pero al fin y al cabo somos nosotros a decidir cuándo, con quién, cómo, el qué y el dónde o el porqué.

-No olvides las variables-, me recuerda.

-Cierto, el libre albedrío de todo y la nueva forma de !vida independiente!-, me río.

Lo más complicado de la vida es mirar solo al frente, darte cuenta de que el hoy y el presente es lo que existe, pues más allá de tus mil y una posibles opciones o trenes que pasaran por tu vida, tú cogiste uno u otro, y es el que te llevó a ser cómo y quién eres. Si no te gusta, ¡cambia ahora mismo!, no te pierdas este tren, que solo tú decides vivir,… o morir entre la espada y la pared, cuando ya no quede otra opción, pues se te acabó el tiempo, agotadas las ilusiones, las fuerzas, la paciencia, las personas que te apoyen y te quieran.

-¿Dónde queda ahora este tuyo “a veces”?-.

-¡Vaya!, pues debe ser que a veces ocurre… si, eso debe ser, que hay momentos en los que nada de estas teorías ni dichos funcionan, pero eso si, no te puedes quedar a medias, o te comprometes o…-.

-¿…o qué?-, me interrumpe y amenaza con cosquillas.

-¡Pues que pierdes el tren!-, salgo corriendo y gritando socorro, porque no puedo soportar las cosquillas.

A veces pasa, y no es un tren, ni una espada amenazando, estás solo tú y la actitud con la que vives las consecuencias de tus decisiones.

Diario no diario. «El espejo»

Deja un comentario

Mi padre siempre decía: «Los hijos son como de barro y se pueden modelar». (Algo así).

No es que sea algo que se destaque de una manera particular en estos momentos de mi vida, es evidente que desde que nacemos somos susceptibles en carácter y personalidad, al entorno. Pero, en los últimos tiempos, en los que ya soy bastante más que adulta y vivo esa edad en la que comienzo a plantearme qué, quién, cómo soy y a dónde me lleva esto que hago, (-Perdón, quiero cambiar de profesión, ¿se puede?-), he llegado a un punto en el que es inevitable observar a los demás con más atención y analizar el porqué soy más feliz o infeliz, más o menos adulta o madura que otras personas. También observo cómo gestionamos, las parejas, familias o conocidos, las relaciones, cómo se sienten y qué nivel de satisfacción personal tienen, tenemos, en referencia al entorno laboral, amistoso y familiar.

-No conozco muchas personas felices, casi todos se sienten solos, aún cuando no lo están, porque no quieren estar ahí-.

-¿Yo?-.

-No, tú me tienes a mí, y sé que te gusta estar aquí-.

-A veces si y otras no tanto, pero hay tiempo en el día para todo-.

Relacionándome con las mismas personas y conociendo nuevas, cambiando de residencia, países y ciudades, observo que, lo realmente importante, es el entorno, a lo que defino como «el espejo».

Aquello de lo que nos rodeamos y llena nuestros días, tanto las cosas en casa, las personas que elegimos para convivir, los amigos con los que compartimos penas o alegrías, los lugares a donde vamos a comprar o comer, el paisaje tanto urbano como natural al que nos acercamos o visitamos y hasta el clima o lo que nos alimenta diariamente.

-Si la persona que me vende los tomates me cae bien, yo seguiré comprando allí-.

-Pues el otro día entramos en otra frutería-.

-Es que también me gusta esa otra-.

Lo que vemos y a quien miramos, es un reflejo de nuestra existencia. La imagen que nos devuelve este espejo es la referencia de nuestro aspecto físico, es la que ven los otros. (Me horroriza saber o pensar esto).
Somos muy críticos con los demás, es fácil, y es más, podemos ver con claridad soluciones desde fuera, cuando después sea muy difícil aplicarnos el cuento. Si de algo nos sirve, lo que vemos y cómo lo hacen otros, es para poder cambiar la propia actitud y darnos cuenta de lo que no nos gusta de lo que hacemos y pensamos, sean valores, comportamientos o incluso, el aspecto y el lenguaje que empleamos.

Si me encuentro delante de ti, inmediatamente aceptaré que tus gestos u opiniones son un reflejo de mí. Por esto, intentamos por todos los medios debatir y discutir hasta confirmar las diferencias entre ambos, a las malas, hasta buscaremos documentos que lo verifiquen. Otras veces ocurre esa simpatía que reafirma el qué y el cómo pensamos, que somos parecidos, ahí, nos sentimos cómodos y provocamos nuevos momentos de estar con esta persona, en ese lugar. Otras veces, nos atrae lo desconocido, aquello que nada tiene que ver, pero que en realidad si, pues es tu curiosa esencia de probar y ser un yo diferente.

-No sé-.

-Deja que siga pensando-.

Buscamos lo que hable de nosotros, símbolos que se acerquen al bestiario mental, del concepto que más se acerca a definirnos, o al menos, a lo que pretendemos llegar a ser.
Es muy importante el hogar, trabajo, amistades y gente que conforme nuestra vida, tanto emocional como activa.
Como semillas en un terreno apropiado, con los elementos y nutrientes que colaborarán, en su justa medida, a hacernos crecer en condiciones favorables. Sacando lo mejor de nosotros. Pues ese es el fin, ser mejores seres humanos.

En ocasiones la lucha por ser y hacer, se convierte en una guerra que puede llegar a los limites de las fuerzas, de lo impensable o sobrehumano, ese nomadismo que nos impulsa a ir allá donde podemos ser, estar y vivir, pudiendo experimentar, en su plenitud, lo que creemos tener escrito en nuestro destino que debemos hacer… ser.

En un documental que vi hace unos años, sobre cómo se desarrolla el cerebro de un niño, «The baby human», decía algo así: «…los niños se comportan como científicos en un laboratorio, experimentan, prueban…»

Creo que somos siempre así, no solo en la infancia, seguimos siendo científicos, probando, mezclando, creando complejas fórmulas y alquimias en las relaciones, poniéndonos al límite.

Si, soy adulta y lo que más deseo es ser madura, un adulto que cada día sea más sabio, más compenetrado con la naturaleza y mi propia existencia. Sigo sintiéndome lejos de ser una mujer al uso, me refiero a los estereotipos, no a lo más intrínseco, tengo fisionomía y sexo femenino, (aún mis ciclos me lo recuerdan), pero con respecto a mi comportamiento sexual ante un varón nunca ha sido muy normal. No me he matado por buscar una pareja, ni un novio, (éste no lo he tenido jamás tal y como se entiende). No he sido madre, aunque lo intenté con un par de compañeros más o menos estables, pero el sentido de la paternidad no estaba muy desarrollado en ellos, por lo que, aunque estuviera entre mis prioridades, el hecho es, que si hoy en día no soy madre, es porque no era tan primordial. En fin, ya no lo seré nunca (aunque el «siempre» se enamore del «nunca», en la teoría circular).

Hay muchas cosas que ya no seré y puedo apostar por muchos lugares a los que no iré, así como personas a las que no volveré a encontrar jamás.

Soy una persona y es suficiente, y me la pela que nadie quiera (o haya querido) procrear conmigo, esto solo me hace sentir algo de soledad (superado el tema de mi instinto más animal), sobretodo mirando hacia el futuro (que ya es presente, es curioso cómo se acercan estos presente-futuro, a cierta edad). Es como si a pesar de la cantidad de seres humanos que coexistimos, me fuera a quedar más sola que la una, por no tener descendencia o compañero vital.

¿Cómo es posible (pienso mucho en ello), que de tantos cientos de millones de personas que hay en el mundo, una persona deba estar sola y sentir soledad?

…espejos…

-¿Sabes?, me compré un espejo, alto como yo, lo he colocado frente a la entrada, para ver mi reflejo, para saberme acompañada. Puedo tener una mascota, aunque esquejar y hacer mini jardines es muy buena compañía también-.

-¿No te da miedo ver tu reflejo completo al entrar en la casa?-.

-Es al fin y al cabo el reflejo de un ser humano. ¿Sabes?, otra de las certezas que tengo es que no podré ser nunca feliz-.

-Todos tienen derecho a ser felices-.

-Si, lo sé, hasta el ser más cabrón de los cabrones-.

Y es a causa de este «espejo» exterior, el de la realidad del presente, lo que ocurre, hacen otros, lo que veo y oigo cada día. Estas personas con las que interactúo directa o indirectamente, son el referente de mi, como la imagen que refleja el espejo. Eso me horroriza.

-Por esto me he comprado uno, para poder seguir identificando esa cierta esencia que es solo «de mi a mi», lo que hago, digo, hice y pienso, es lo que hay, busco comprenderlo en mi propia existencia-.

-¿No puedes ser feliz?-.

-¿A caso tú si?-.

-A veces, a ratos-.

– Lo mismo yo-.

-No puedo desvincularme de lo que soy ante el reflejo del mundo, tan difícil, tan doloroso, cruel, iracundo, envidioso, deshonesto, torturador,… pero después me presento ante el espejo, me miro y solo estoy yo, depende solo de mí, mi ser, pero el mundo no depende de mí. Pasa lo mismo cuando miro las nubes pasar o me ensimismo en el vaivén de las olas del mar, esto no depende de mí, está y es, a pesar se mi existencia-.

– Resta hacer lo mejor que se pueda con lo que tenemos al alcance-.

-El cincuenta por ciento de cómo vivimos, padecemos o disfrutamos la vida depende de cómo nos tomamos las cosas que nos ocurren (lo leí una vez por ahí). Aquí el carácter, juega un papel crucial, y depende de muchos factores durante el desarrollo, pero la columna vertebral de muestra personalidad se puede cambiar, la actitud será el motor-.

-Si, estoy de acuerdo-.

-Sonrío a pesar del sufrimiento del mundo, también lo lloro, pero no puedo hacerlo eternamente, ya que ante mi espejo, solo estoy yo-.

-Te refieres a que estamos hechos todos de lo mismo y que estamos vinculados de alguna manera, que por esto lloras o ríes a veces sin saber por qué, como si una parte del mundo existiera a la vez en ti-.

-No sé, puede que no todos tengamos los mismos ingredientes, unas lentejas no se hacen con lo mismo que una paella-.

-¿Me comparas con una legumbre?-.

-Bueno, a veces se me hace difícil pensar que estoy ante una persona hecha de lo mismo que yo y sea tan diferente a la vez… A la lenteja creo que le da un poco igual lo que le ocurra a un tomate.  Solo que para comprender mejor el porqué hacemos lo que hacemos, me pongo en situaciones diversas, ¿comprendes?-.

-Más o menos,. Puede que no te comprenda del todo. ¿Sabes?, tú no estás sola, estoy yo-.

-Si, lo sé-.

(Apago la luz, ya no hay reflejo ninguno en el espejo.
Silencio. Ya callas.
Me guío con las manos hasta tocar el pomo del dormitorio, me desnudo a oscuras y me meto en la cama. Ahí también estoy solo yo. Me quedan los sueños. No siento soledad, ¿cómo podría?, todo está en mi esencia, yo soy y contengo, lo mismo que tú, lo único que nos diferencia es el qué y como hacemos, más aún cuando estoy frente a ti).

-A veces me asusto de mi propio reflejo, sobretodo cuando pienso que, éste, depende de mí-.

Diario no diario. «Amor y odio entre libertad y confianza»

Deja un comentario

¿Confías en quien te quita o da libertad?

¿Confías en quien se siente libre?

¿Da libertad tener confianza?

¿Da confianza sentir libertad?

¿Se puede ser libre sin confianza?

La libertad es un estado expresado en acción. Otorgarse y dar a otros el derecho a hacer y ejercer según su pensamiento y voluntad, sin ser coaccionados.

La confianza es un estado de fe, que da energía motora a lo que se hace. Es un sentimiento de seguridad y propósito firme sobre lo que somos, pensamos, nuestras creencias y deseos.

¿Podemos hacer libremente algo pero no tener confianza en que el resultado sea el deseado?

¿Podemos tener una confianza absoluta en algo que sabemos no poder llevar a cabo por ser o estar coaccionados?

Existe una relación de amor y odio entre estos dos estados, pues a veces la confianza plena en nuestras capacidades nos aporta la libertad de ejecución y poder realizar lo deseado, sea cual sea el resultado. Pero sin confianza en lo que hacemos, ni en nosotros o en los demás, estamos provocando una oposición a la libertad de acción.

Como casi todo, la perfecta conjugación de ambas es la clave para que surja la mejor comunicación en las relaciones con los demás y el entorno, ya que tanto una como otra, están rozando el mutuo respeto, dependen de ingredientes adicionales y trabajar la conciencia de uno mismo, la comprensión, humildad, generosidad, compasión, tolerancia, amor propio, … Y caminando en sutiles diferencias, llevan al mismo lugar: ser tú y ser consciente de la existencia de todo lo demás.

La libertad no otorga poder de invadir la de otros, sino tener conciencia de ti mismo, como la confianza no da el poder de abuso, sino fe en ti y en los demás.

La libertad necesita de la confianza en nosotros y en el entorno. No se puede tener libertad sin confianza y no se puede confiar sin sentir libertad.

Inventando. «La restauradora de cuencos»~capítulo IV

Deja un comentario

~ Capítulo IV ~

«El cuenco que modeló Joaquín»

image

Volvieron a sus puestos de trabajo. Se puso la bata y se sentó a esperar qué le decían las piezas de aquel desastre.

Con lupa y pinzas logró completar zonas en las que quedaban huecos y grietas que seguramente estaban hechas polvo. Los fue pegando y logrando intuir la curva y comenzaron a distinguirse los dibujos originales. Según las proporciones y el peso del material, diseñó la base, tal y como se reflejaba en la fotografía y le describió Joaquín, «ancha, fuerte y gruesa», la compuso con una barbotina hecha con el resto recogido en los tarros.

image

Por ahora, los retales no se resistían a ser restaurados, era como si cada fragmento del cuenco supiera dónde debía estar.

Olimpia llevaba un diario con anotaciones de sus impresiones cuando hacia una restauración. Abrió este capitulo con la frase: «Teresa y Paolo, ¿qué ha pasado, dónde estáis?»

En las fotografías del original se podía ver un paisaje de montes y caminos, puentes al océano, redes que servían de cama, peces que volaban a ras del mar, cabellos ondulados que abrazaban la espuma de las olas que surgían del pecho de un muchacho. Cuerdas de guitarra que sujetaban las velas de un barco surcando las aguas de un lago… pero, no todos los dibujos coincidían con los fragmentos recibidos.

-¿Habrán cambiado las ilustraciones con el paso del tiempo?, ¿es posible esto?, ¿saben los artesanos que sus piezas toman vida propia y se transforman cuando van junto a sus propietarios?-, se preguntaba constantemente.

No pudo evitar ir de inmediato a reunirse con Joaquín y expresarle estas cuestiones.

-A veces ocurre, que hay tanta vida y fuerza en las relaciones, que su cuenco llega a componerse de la misma esencia de la que están hechos sus propietarios, casi como si latiera un corazón y tuviera que ser alimentado cada día, como un ser vivo que necesita de la luz del sol-, le contaba Joaquín, sentados ambos en un banco junto a la orilla del pequeño lago del parque, mientras compartían una manzana y pan de coco y cacao. Ya estaba atardeciendo y el artesano había acabado su turno, volvería a casa a descansar. Olimpia le dijo que se quedaría esa noche trabajando, no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera recomponer esa pieza tan extraordinaria.

-Deberías descansar, durante el sueño te liberarás de tus pensamientos de hoy y dejarás espacio a nuevos que te ayuden a ver con más claridad-, le aconsejó el veterano artesano.

Visto que había adelantado mucho en este día, Olimpia recogió sus cosas y volvió a casa.

~continuará~

(Capítulo I) – (Capítulo II) – (Capítulo III) – (Capítulo IV)

Diario no diario. «Los puñales de terciopelo de Cornelia»

Deja un comentario

Cornelia, se llama.

Me gusta cuando me sacan de mi mundo de alegorías, de cuentos y libros para colorear. Cuando me abofetean con la simple realidad, la veraz, sin vericuetos o formas divinas que pintan la vida de «bonito», sin fractales y áureas descripciones, esos que te quieren bien y te dicen lo que ven en ti y tú no eres capaz de ver. Cuando así me ocurre, suelo tener una reacción de dolor y negativa, como si fuera una agresión a mi persona directamente, a mi forma de ser y vivir. Después lo interiorizo, lo visto de símbolos y lo coloco en mi repisa, lo acepto de la forma amable en la que puedo comprender la vida.

…metáforas…
…alegorías…

Nelia, se hace llamar.

Fue ella quien me miró a los ojos y me habló en el idioma que mejor entiendo, «la metáfora».

Esta vez fue una bofetada de las buenas. Me hizo despertar desde mi poesía a la realidad más tangible.

-¿Quién eres?-, me preguntó.
-Soy el caos-, le respondí.
-Eres creativa-, me dijo.
-¡Soy creativa!-, confirmé.

Me hizo saltar, bailar, cerrar los ojos y confiar, me hizo tocar y ser tocada, gritar y silenciar. Respirar con atención y estar ante ella sin intención. Me regaló una naranja y algún otro se la comió.

Abrí mi boca y salió una verdad sin símbolo, un dolor, una grieta por la que me cuelo y me dirige a la caverna de mis pulmones, donde a veces no hay suficiente oxígeno, y el poco que hay está viciado por mi misma. Y me ahogo.

…metáforas…
…alegorías…

Nelia se sentó y colocó un banquito frente a ella para que yo me sentara. Después de un rato en silencio, lo rompí de realidad, desnuda de rimas, y expresé mi incomprensión.

-¿Qué sería de mí si no existiera la poesía?-, le pregunté.

-Habría silencio. ¿Dónde comienza tu metáfora?-, me preguntó.

-Cuando interacciono con el mundo-, le dije.

-En las relaciones, entre tú y el mundo, tú y otro ser-, afirmó.

-Así es, y cuando me encuentro ante una circunstancia más compleja, la redecoro y transformo para aceptarla mejor-

-Y a lo placentero, a lo simple, la maravilla, ¿le pones más color, lo vistes más bonito aún, lo cargas de simbología?-

-A veces lo hago más precioso si cabe, más divino, alegorizando su forma creando un templo a su contenido-, dije orgullosa.

-Pero tú no hablas siempre así-

-Hay momentos en los que callo, no tengo palabras, y comienza a generarse un mundo dentro de mí, recomponiendo lo percibido, lo sentido, para ajustarlo a mi comprensión-, confesé.

-¿Y si te pisan y te duele, gritas?-

-¡Claro!-, respondí.

-Yo, a veces me aguanto, por no molestar y no hacerle sentir mal, ¿crees que es justo, sirve para algo, se daría cuenta de que me pisó aún haciéndolo por accidente, crees que mi grito no sería un simple aviso de atención a que me están pisando?-, me decía Nelia con su serena sonrisa.

-Lo normal es gritar y así hacer ver que está pisando, tu dolor es el mismo, pero otra reacción tampoco cambiaría nada-

-Si que cambia, lo cambia todo-, firme y convencida Nelia.

-¿Cómo, para quién, a quién sirve?-, pensaba yo, mientras la escuchaba.

-Si yo no expreso en ese momento una cosa tan natural e instintiva como un «¡ay!», callándome y pensando en que debo ser educada o no hacerle sentir mal, cuando en realidad pienso: «¡putos taconazos que me acabas de clavar en el pié, joé cómo duele!», puede que otro día al verla pasar me aleje y la salude con un gesto ligero acordándome del pisotón-

-Nunca sabría por qué ya no te acercas-, fui comprendiendo.

-Imagina que es alguien a quien aprecias y que te molestó, en un intento de ser educada, empática o complaciente, no le expresas lo que sientes, o simplemente ya no te cae bien o no te interesa más, o se repite la circunstancia y no dices nada. Es entonces, cuando ocurre, que cada vez que la despistes, le des una excusa o esperes en la esquina para no encontrártela y tenerla que saludar, cuando le das «puñaladas de terciopelo». Éstas son las peores, las que dañan no solo al otro sino a ti, perdiendo el tiempo y haciéndote comportar de una manera no sencilla, falsa al fin y al cabo-, respiró profundamente Nelia.

-Puñales de terciopelo, dañando lentamente, con suave falsedad, con silencios y sonrisa y excusas que a nadie da, para nada sirven-, murmuré.

-Con un simple «¡ay!», y un «excusa», quizás habría sido suficiente-, repetía Nelia.

-«Puñales de terciopelo», esto es una metáfora-

-Si, tú eliges, una simple respuesta o hacer una creación simbólica de un pisotón o de algo que no te guste. ¿Qué es más real para todos?, ¿esa falsa educación, injusta y retorcida empatía, pensar por los demás?-

-«Puñaladas de terciopelo», que te alejan y haces alejar, que traicionan y amenazan tu integridad, tu dignidad-

…metáforas…
…alegorías…

Qué real y simbólico es un ¡AY!, un NO, contenedor de un significado, de un pensamiento, de tu forma de ver, querer y sentir una negativa, lo que rechazas, lo que no te entra, no convence, en lo que ya no crees… NO, es tan simple y fuerte a la vez, tan difícil de decir a veces… como el SI, un HOLA o un ADIÓS.

-¿Bailamos y te recito al oído algo que escribí?-, sonreí.

-Bailaremos sin más y en silencio, hoy no me importa tu poesía-, dijo Nelia mirándome y sonriendo.

-¿Y si te piso?-, reía mientras ya bailábamos.

-¡Baila y calla!-, girando más rápido cada vez.

Inventando. «La restauradora de cuencos»~capítulo III

Deja un comentario

~ Capítulo III ~

«Conociendo a Teresa Bianchi y a Paolo Volpe»

OlimpiaEnElParque

Consiguió la fotografía del contenedor de Teresa y Paolo. La imprimió y se fue al parque con una manzana para estudiarla bien. En la zona había un pequeño lago y podías ver el otro lado perfectamente, había gente sentada a la orilla, que como ella, disfrutaban de un rato de sol tomando algo, charlando o bañándose.

Pensó en Teresa y Paolo, en lo que le contó el artesano Joaquín y leyó atentamente el primer sobre que llegó a la fábrica junto a la demanda del cuenco.

El texto decía:

~ Te amo Teresa, como ama el mar a los peces,
con la curiosidad del sabio que experimenta,
la ilusión de un niño con un juguete nuevo.
Quisiera abrazar la luna y morir a veces,
hoy la luz del amanecer me alimenta,
y con latidos y miradas de amor me muevo.

Te amo Paolo, como aman los peces al mar,
la quietud de los brazos al bebé acunado,
la constante agua que fluye de un río.
Quisiera atrapar una estrella y desear,
hoy la noche me acompaña a tu lado,
de latidos y miradas abrigaré tu frío. ~

Y seguía así:

~ Ambos hijos de pescadores, se conocían desde pequeños, habían jugado juntos entre las redes que remendaban sus padres en el puerto, crecieron entre las rocas, las tardes interminables esperando que picara algo, mientras hablaban y hacían sus planes.
Tenían diecinueve años cuando decidieron irse juntos a descubrir el mundo. Cogieron lo imprescindible y con un poco de dinero en los bolsillos, una guitarra y mucha ilusión, emprendieron su viaje. Indiferentemente tocaban y cantaban, tanto uno como el otro. Lo hacían fatal, pero se divertían de lo lindo y conseguían algunas monedas, más por el encanto y la simpatía que desprendían, que por el arte que corriera por sus venas. Recorrieron Europa y vuelta otra vez. Cada año hacían lo mismo, a veces con menos equipaje y otras con más lujos. La India, China o los desiertos de África. Los viajes y sus sueños se veían cumplidos, cada año, a pesar de los inconvenientes o altibajos económicos, se adaptaban a toda circunstancia, pero nunca olvidaban su objetivo.
Cumplidos los veintisiete años, Teresa decidió crear el huerto más hermoso jamás soñado, y Paolo quiso construir un barco con sus propias manos, para recorrer los siete mares juntos. ~

ElPrimerSobre

Después de observar los detalles y motivos del cuenco, se dirigió a la mesa de enfermería. Colocó el trozo más grande que tenia y volcó el resto ante ella. Ocupaba toda la superficie de la mesa, se remangó y se quedó ante estos intentando comprender y resolver el puzle. Seleccionó por tamaños, color y por el tono del polvo, recogió los puñados que podían tener algo en común, y los metió en varios tarros. El primer texto frente a ella, y el nuevo sobre, aún cerrado, a un lado del cuenco esparcido.

Era la hora de comer, cogió el maíz cocido y algunos panecillos que cocinó la noche anterior, y se fue al bar un rato a charlar con sus compañeros. Era incapaz de concentrarse, solo pensaba en ese cuenco. Sorda a lo que hablaban, se fijaba en sus expresiones, gestos y miradas. Se imaginaba los viajes de Teresa y Paolo, los lugares por donde estuvieron caminando, las calles y rincones donde se pararon a cantar y tocar la guitarra para sacar unas monedas y seguir con su aventura.

-Ella es pelirroja, con ondas en una media melena, y Paolo tiene el pelo negro, a caracolillos alborotados-, pensaba Olimpia. -¿Cómo podría no creer en ellos?, parecía que, amarse y vivir su vida, les salía tan fácil como al vidriero soplar el cristal-

-¡Si Joaquín, creo en ellos!-, dijo en voz alta, sin darse cuenta de que estaba entre sus compañeros, éstos la miraron y se rieron por haberse quedado en la inopia y ella también soltó una risotada por haberse visto en esa situación.

~continuará~

(Capítulo I) – (Capítulo II) – (Capítulo III) – (Capítulo IV)

Inventando. «La restauradora de cuencos»~capítulo II

Deja un comentario

~ Capítulo II ~

«El cuenco y el sobre»

Durante la noche seguían, artesanos y restauradores, manteniendo la vida en la fábrica. En el cambio de turno siempre compartían un rato en el que se debían comunicar las nuevas entradas y salidas de cuencos.

Junto a la demanda de un nuevo contenedor venía un sobre con uno o varios nombres y un texto. En base a esto, el artesano diseñaba y creaba un nuevo recipiente.

No habría dos iguales.

Olimpia hacía su reunión de cambio de turno y le comunicaron la entrada de un cuenco que venía en condiciones casi irreparables. Nadie se ha atrevido a mirar el sobre adjunto, el cual solo llevaba las iniciales «T. P.».

Cogió la caja que contenía los trozos, algunas partes eran irreconocibles, pues estaba hecho añicos… hecho polvo. Era la primera vez que se ocupaba de un caso tan complicado. Solo encontró un fragmento en que pudo reconocer parte de los motivos, la curva y el color.

image

No abrió aún el sobre.

Hizo fotografías al más entero y se dirigió al archivo donde se localizan todos los existentes en el mundo. Debía encontrar cómo era aquel contenedor y para quién se creó.

-Creo que me traje tortitas de coco, levadura y chocolate suficientes para hoy, pues va a ser un día largo-, pensó.

-A veces, el sobre indica el motivo de la ruptura del cuenco, pero tienes que intuir cómo pasó y si se puede resolver, para esto, te has de implicar y vincular, tanto al cuenco y a los responsables de éste-, hablaba en voz baja mientras iba buscando en los archivos del ordenador.

-Quiero ver cómo era antes de romperse-, dijo de forma contundente mirando el sobre sin abrir. -T.P.-, leyó.

Fue seleccionando por color o dibujos en el archivo hasta descartar los que no podían ser, por el volumen de piezas, debía ser un cuenco bastante grande, de cerámica, tonos tierra, garanza claro, azules, ocres y verdes. Se intuía la cola de un pez.

Quedaron menos de cien con características similares, así que, decidió ir con el fragmento al laboratorio de cerámica y hablar con los artesanos.

image

-Puede que alguno reconozca la pieza y me dirija directamente-, pensó Olimpia.

Todos los artesanos le fueron indicando al más veterano, Joaquín, por lo visto es muy sensible a los gustos de la gente de mar. Visto que parecía contener motivos de peces, no lo pensó más y le preguntó directamente:

-¿Recuerdas este cuenco?-, dijo Olimpia, con el fragmento en mano, una sonrisa y cierta preocupación.

-A ver, deja que lo mire con atención, pues creo que puedo reconocer cada uno de los que he hecho…-, se quedó Joaquín murmurando mientras cogía una lupa para estudiarlo atentamente.

-Ummm, si, estoy casi seguro, …¡si!, definitivamente, son ellos, si, si, si-, dejó la lupa y contuvo la pieza entre las manos.

Y con los ojos cerrados dijo: –Era precioso, fuerte, con una base ancha y gruesa, con un par de asas bien robustas pero elegantes y dos cinturas, el color de la tierra y del mar, de la risa, el baile, el viento en la cara mientras corren por las rocas de un espigón, el calor y la seguridad de sus manos entrelazadas era tan firme que, cuando lo modelaba, yo mismo lo sentí en mis manos. Pintarlo fue como mirar a través de los ojos de Teresa a los plateados de Paolo, donde a la vez, se reflejaba el atardecer desde la orilla del mar, el cálido ambiente en su hogar lleno del verde de las plantas y olor a comida recién hecha…-, aflojando la voz, miró fijamente a los ojos lacrimosos de Olimpia.

-Está muy roto-, exclamó ella tímidamente.

-Busca el cuenco «Teresa Bianchi y Paolo Volpe~009494~verano1999»-, le dijo el viejo artesano.

-Gracias, no sé si podré con esta restauración-, dudó Olimpia.

-Cree en ellos y el cuenco te responderá-, le aseguró Joaquín.

~continuará~

(Capítulo I) – (Capítulo II) – (Capítulo III) – (Capítulo IV)

Inventando. «La restauradora de cuencos»~capítulo I

Deja un comentario

~ Capítulo I ~

«Olimpia y el cuenco primordial»

Olimpia

Como cada día, Olimpia se levantaba a las seis de la mañana, los colores del sol iban tiñendo la habitación, dejaba siempre las persianas levantadas para no perder ni un solo amanecer, despertando juntos, sin forzar la luz en el interior. Le gustaba ver cómo se iba aclarando el cielo mientras se estiraba, luego recogía la casa, se lavaba y tomaba un desayuno completo. Escribía y leía el correo, echaba una ojeada al periódico, navegaba por las redes sociales, visitaba sus blogs preferidos o releía un capitulo al azar, entre sus libros a mano. De lunes a domingo, iba caminando hasta la fábrica de cuencos.

Olimpia trabaja en la zona de restauración.

Cuencos de todo tamaño, formas, material y colores, los había esmaltados, soplados, modelados o tallados. Del tamaño de una persona o como la palma de una mano.

-EL CUENCO PRIMORDIAL-ElPrimerCuenco-LasManos

Este era el nombre de la fábrica y en la entrada se podía leer:

~ El primer cuenco que construyó el ser humano

lo hizo con sus propias manos,

juntó las palmas y recogió sus dedos

para contener el agua que le quitaría la sed ~

Artesanos de todo el mundo se congregaban en la fábrica para crearlos. En base a la premisa del texto bajo su nombre, se realizaban estos contenedores.

Olimpia tenía la habilidad de recomponer los trozos de los recipientes rotos. Se le daban bien los puzles, acertijos o rompecabezas. Fueran de cristal o madera, de barro, papel, cerámica, metal o mármol, exponía ante la mesa todos los pedazos y comenzaba a completarlos, imaginando y acertando su forma inicial. Tenía libertad en la técnica de pegado, la única condición era que, en el acabado, debía apreciarse dónde había sido restaurado. A veces, se hacía una pequeña marca o inscripción del numero de veces reparado o de la fecha en la que se hizo el arreglo, otras incluso, se resaltaba la zona.

Cada vez que acababa uno, se preguntaba por qué no podía hacer que no se notara en absoluto que había pasado por la enfermería, como ella solía referirse a su zona de trabajo, ya que se sentía capacitada de conseguir un perfecto resultado.

Tenía dos descansos, uno a media mañana, en el que, mientras mordisqueaba una manzana, se paseaba por las otras estancias y laboratorios de los artesanos. Su preferido era el de vidrio, le gustaba ver cómo soplaban el cristal, el calor que desprendía y cómo cambiaba de color, le fascinaba lo maleable que era un material que después se haría tan duro y transparente. Siempre curiosa de saber, charlaba con todos y sonreía sorprendida por lo fácil que parecía modelar las piezas, en las manos de los artesanos.

Una de las dudas que les exponía era la del porqué debía hacer notar que los cuencos habían sido restaurados. Las respuestas eran variadas, unos decían que, como piezas únicas no podían ser reproducidas, y que el propietario debía ser más cuidadoso y ser consciente de lo que tenía entre manos. Otros, celosos de su obra, le decían que no podía imitar su maestría y aparentar que era la original.
No quedaba satisfecha con estas explicaciones, pero se conformaba y seguía a lo suyo.

En el descanso para comer, solía reunirse con algunos compañeros bajo algún árbol o en un banco del parque cercano. Y si hacia mal tiempo para estar fuera, había un pequeño bar en la fábrica, que podían usar de comedor.

Era un trabajo duro, pues no se libraba ni un solo día, pero divertido, creativo y ameno, todos sentían la gran importancia de lo que hacían, y era casi un ritual cuando uno de sus trabajos salía para ser entregado o entraba para su restauración, bueno en este caso, no les hacia sentir tan orgullosos, pues significaba que algo había ido mal.

Formar parte del equipo no era fácil, debías pasar pruebas de gran destreza, tanto manuales como resolutivas, creativas, de relaciones sociales y completar algún que otro test. Nadie sabía quién era el propietario de aquello, pues cada uno de los artesanos había sido entrevistado por diferentes personas y momentos. La respuesta les llegaba a casa por correo certificado, con el día de incorporación y un contrato de por vida.

Prácticamente era una forma de vivir, como si hubieras nacido para ello, como los médicos y el juramento Hipocrático. Podía surgir una urgencia o estar todos día y noche sin parar de producir estos contenedores. La fábrica de cuencos nunca estaba sola, unos hacían turno de día y otros de noche.

Cuando salían e iban a casa, no solían hablar de lo que hacían, simplemente trabajaban en una fábrica de cuencos, no es que fuera un secreto, pero se les veía felices, y cuando estás feliz, no suelen preguntarte por el trabajo.

Antes de la puesta del sol, Olimpia ya estaba de camino a casa, aprovechaba y compraba algo, a veces maíz, té, legumbres, fruta o verdura de temporada. Le encantaba comer, así que a veces adquiría algún producto que jamás hubiera probado y experimentaba en la cocina. Hoy compró coco rallado, levadura de cerveza desamargada en polvo (se la recomendaron una vez porque le daba buen sabor a las ensaladas) y harina de trigo, pensó hacer panecillos, -quizás le eche cacao puro, debe ser delicioso encontrarse los trocitos crujientes al morder-, pensó relamiéndose y aligerando el paso.

~continuará~

(Capítulo I) – (Capítulo II) – (Capítulo III) – (Capítulo IV)

Inventando. «Aprendiendo a querer»

Deja un comentario

Siempre he vivido de forma intensa mis relaciones y las de los demás, he vivido las intimas, amores, desamor, apegos y desapegos, decepciones, enamoramientos, romanticismos y conservadurismos, en diferentes posiciones y formas, de amistad, pareja y familiar.

Lo normal de la vida…

Las relaciones son lo más importante, lo que nos hace humanos y lo que nos afecta de forma estructural.

En fin… o desde el principio…

Me enamoré. Si.

La primera persona de la que
me enamoré fue de mi madre, y después de mi padre. Es evidente que el concepto de mi persona estaba supeditado al reflejo que daban ellos de lo que les producía mi existencia, desarrollé mi estructura emocional a través de lo que ellos me hacían vivir. Y ¡qué sencillo parece, qué natural, que básico!

Se complicaba la vida con el acontecer, inclemencias vitales, crisis, malos días, estupendos momentos y la convivencia… haciendo de mi, un ser humano, capacitado para llevar, lo mejor posible, todos estos amores y complejas sinapsis sociales.

Y sigo, seguimos aprendiendo, comprendiendo cómo somos… y me asombra la cantidad de años que llevamos en este mundo, caminando, y lo que más nos cuesta es: «comprendernos», » aceptarnos» y «resolver las emociones».

Me apasiona el mundo de los símbolos…

Hay un objeto-lugar, que me gusta mucho, que es metáfora universal. Lo tengo muy cerca últimamente, donde a veces voy a trabajar: el pozo.

Lo han tapado para que nadie arroje basura.

Tiene agua.

¡Me encanta!

Creo que a todo el mundo le atrae asomarse y le complace ver que puede funcionar a pesar de que no se use ya. Y todos nos imaginamos que alguien lo usaba entonces… Actualmente éste, es casi un ornamento y símbolo de un modo de vida.

Justo, ese pozo, representa una manera de vivir, una sociedad. Relaciones, entre individuos y su entorno. Es como si, a pesar de la evolución, los cambios políticos o sociales, de la ciencia, la mecánica o medicina… este pozo es inamovible, aferrado a la fuente de vida de su interior. La constante en el centro de la interacción diaria entre las personas y su propio concepto de si y supervivencia individual.

El pozo… es profundo y misterioso, inagotable y esencial, contiene el elemento básico para el vivir.

El agua y los sentimientos… esos que son como el dios venerado entre dos seres humanos… en ese espacio de entre dos, contenedor de la vida… como el pozo.

Y ese mundo emocional se vive de forma cíclica, sin evolución ni ismos, períodos que duran la vida de un hombre o mujer. Podemos cambiar de conceptos o posición social, pertenecer hoy a un grupo o mañana crear una familia de uno. Y toda la vida se resumirá en una mirada, en un contacto de manos, de abrazos, de palabras y gestos.

Y parece tan sencillo…
…pero no lo es…

Es fácil apegarse, habituarse, depender y acostumbrarse… a alguien… a un precioso paisaje cultivado de trigo… es fácil amar.

Lo difícil es saber amar…

Es un sentimiento, querer,
es un deseo, una ilusión.
Es atracción sin remedio
es instinto incontrolable.
Es conseguir y satisfacer
ser premiado y poseer.
Es lograr y sentirse bien.

Es saber hacer sentirse querido
es conseguir cumplir deseos.
Hacer realidad la ilusión,
poseer y saber dejar libre.
Es instinto humano natal,
sin compromiso que firmar.
Estar abierto a recibir,
y dar sin condición.
Compartir el éxito y el logro,
saber hacer sentir bien.

En fin… o desde el principio…

Me enamoré. Se enamoró. Si. Amamos y queremos.

Nos caímos en el pozo… en esa forma de amar que hay que aprender, para seguir usándolo y aprendiendo a apreciar.
A veces se asoman curiosos a ver el fondo, y ven su propio reflejo con ilusión… y no se dan cuenta de que en el fondo, no son ellos a los que ven, somos nosotros, que estamos aprendiendo a amar mejor.

No cambia esto del amor, es como el pozo, está en el centro del periplo de la vida del ser humano. Inamovible, enraizado a la tierra, sea ornamento o no, su esencia se mantiene renovadora en su interior, pudiendo abastecer de este básico elemento a toda la humanidad.

Hay quien tira monedas a su interior deseando lo que las estrellas fugaces fueron incapaces de dar… hay quien lo tapa para que nadie arroje basura en él…

Solo una vida… por muchas que hayan vivido otros… solo una vida para esperar que nuestros deseos dependan de que una moneda nos enseñe a amar.

El amor… es profundo y misterioso, inagotable y esencial, contiene el elemento básico para el vivir.

Mujer sin igual

Expresándome. «¡Que le cooorten la cabeza!»

Deja un comentario

Una detrás de otra.

Si no es ella, es la amiga, la hermana, la prima, la socia, la vecina, o la amiga de una amiga de la tía que toma café en la mesa de al lado.

Y ya estoy hasta las narices de tanto cuento. ¡¿Pero no se extinguieron los príncipes y las princesas?!

-¡Que les cooorten la cabeza!-, diría la reina de corazones.

Y ¿quién mejor que ella?, y ¿qué mejor… que cortar cabezas?,… cambiársela, cortar con estas ideas y estructuras de relación. De verdad, no se me ocurre otra cosa. Ya que es incluso fatal para la salud, para la evolución, ese pensar y concebir de la pareja, el sexo y el amor.

No lo entiendo. No me hace falta saber más… y no me pidas más consejo, porque no tengo argumentos.

Qué manera de sufrir más tonta.

Tanto si eres mujer u hombre, es el mismo discurso. Pero me agotan estas formas sociales.

-Bridget Jones, … ¡que le cooorten la cabeza!-

-Sexo en Nueva York,… ¡que le cooorten la cabeza!-

-Comedias románticas con la chica mona de «Friends», de lágrima fácil y final con destino escrito… ¡que le cooorten la cabeza!-

A moco tendido llora la lánguida Bridget porque le han besado y él tiene novia. Él va y lo casca… ¡ala, señor Jones!

¿Es el beso símbolo de compromiso y fidelidad, de regular una relación con alguien que no conoces pero por el que apostarías tus sueños, ilusiones y deseos de cumpleaños?…

…¿Lloras ya desde el primer beso, que debe ser libre de todo, precioso y carnal, contenedor de carne, piel y saliva, de íntimas miradas y diversión, de idilio y delirios y vacío de toda necedad?…

Debe ser que se pierde la cabeza con el amor, creía yo que solo pasaba en la cándida y ferviente adolescencia.

Pues si. Eso hacen… eso hacemos, me incluyo en esta trama del pensar colectivo que al fin y al cabo forman parte del todo yo… el mundo lo hacemos todos, pero no estoy de acuerdo ni comparto esta desolación por amor.

Que alguien me explique por qué, sin vivir o conocer a una persona, le exiges un compromiso vital de matrimonio, de cónyuges, novios o de fidelidad, cuando aún no sabes quién es… y quién eres tú… o qué quieres, porque si lo supieras no llorarías ni le darías más vueltas.

¿Te interesa, te gusta, quieres verlo o verla mañana otra vez?, ¡pues queda otra vez! Si después no te encajan sus maneras y sus quehaceres pues ya no lo veas más, que hay personas a patadas, y que te volverás a enamorar. …y más a éstos, a los que les hace falta solo un beso…

Pero es así el enamoramiento, de egoísta y egocéntrico, que teme que le quiten el más hermoso de los sentimientos del ser humano: EL AMOR.

Oh si, el amooor.

-¡Que le cooorten la cabeza al amor!-

¿Qué forma de amar es esa?

Y estamos tan solos… que nos agarramos a una hoja otoñal a punto de caer, solo porque te enamoraste de ella…

Y estamos tan solos… que el amor lo usamos para crear vínculos inmediatos de unión eterna, necesidad vital que es más preciso tener, que el comer o el dormir o de ti mismo, tu dignidad o tu propia integridad.

Y estamos tan solos… que no vemos el abismo que nos separa y que aún debemos cruzar, lanzándonos a ciegas a la dependencia emocional…

Y estamos tan solos… que los cientos de millones de seres que caminan por el planeta no nos sirven más que él, si, él, ella que me besó y ese, el que tiene novia… que vive en otro país…

– …»dios nena, es que tengo mucha química con él, y es taaan mono, y es sincero, pues me ha dicho que tiene novia, y que debe cortar con ella antes de seguir conmigo… pero que se va dentro de tres días… ¡ay!, tía, ¿qué hago?… me he pasado esta semana llorando y dándole vueltas al tema…»

Me parece banal, superficial y vulgar tratar a otro ser humano así… atentando a su persona con un concepto preconcebido.

¿Qué creo yo?

Creo que aunque la otra persona le dijera desde el primer momento que le ama y es lo único para ella, que le promete amor eterno, fidelidad y devoción… el minuto después seria exactamente igual que si no dijera nada, ya  que lo que queda es el seguir con la vida, vivir experiencias y conocer a esa persona, y el resto viene solo… por consecuencia y porque uno va queriendo y le va bien, por objetivos…

Aunque, pensándolo bien, si a mi me dijeran algo así, me parecería un excéntrico y me haría reír, y por consecuencia esperaría que se riera… y la otra opción seria, salir huyendo de un loco psicópata, que casi seguro, ya sabe mi dirección y teléfono.

Pero chicos o chicas, ¡¡por dios bendito!!

Dejad de llorar y de «darle vueltas a la cabeza» todo el día, de preguntar los pareceres a las amigas y hermanas… por favor…

Y me parece hasta mentira estar escribiendo esto… pero es que me rodea y lo veo por todas partes últimamente, son una plaga… y no son precisamente adolescentes, mas bien cercanos a los cuarenta. Desesperados por encontrar pareja fija antes de que se les pase el arroz.

-¡Que les cooorten la cabeza!-

Y a mi, por chismosa. Y escuchar las conversaciones en el bar… y en el parque, en los baños, en el salón, desde el balcón, …en fin, que la psicópata soy yo.

¡Denunciadme a la reina de corazones!

Y ¡¡que me cooorten la cabeza!!, lo mismo hasta creo después en esa forma de amor.

Mujer sin igual

Older Entries