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Mientras salía por la ventana me di cuenta de que había dibujado un sendero en el muro exterior. Lo seguí confiada, ya que creí recordar haberlo hecho yo misma.
A medida que avanzaba el camino, algunos trazos, que aparecían borrosos al principio, fueron tomando forma y colores nítidos. Al final del sendero encontré una casa y otra ventana, me paré e investigué si había puerta de entrada, cuando de repente, ahí estabas tú, diciéndome adiós con un beso en la mano, y me vi a mí misma saliendo por la ventana y siguiendo el sendero dibujado.
Esperé a alejarme y te observé mientras me mirabas marchar. Entonces, cogiste una lata de pintura y cubriste el dibujo hasta blanquearlo por completo.
No supe hacia dónde ir. También me preocupaba si mi otro yo encontraría el camino bajo el recién blanqueado, así que, cuando hubo anochecido, terminé de cubrirlo todo, tanto ventanas y la puerta, y pinté un inmenso paisaje lleno de senderos, montes, caminos, bosques, ríos y horizontes, un mundo sin puertas ni ventanas.
Y me dibujé a mi misma, llegando al mar.
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