Inventando. «Soltando lastre»

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Nada está muy sujeto a mí
la piel y el pelo mudo al día,
aire que inhale lo suelto al ir,
y al venir nuevo encontraría.

Nada se agarra para siempre
frío o calor torna en estación,
saciada ahora y luego hambre,
es el placer deseo en intención.

Nada queda de lo que fuimos
hoy y mañana serán otro ayer,
plenitud de momentos vivimos,
y es dormir la pausa del hacer.

Nada permanece lo suficiente
obsolescente es la oportunidad,
comprando la razón al demente,
para ofrecer lógica sin verdad.

Nada será hábito en el nómada
ideas, corazón y efímero arte,
almohada del tiempo acomoda,
variar destino, soltando lastre.

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DesolacióndelNómada

Inventando. «Lo que ocurre~Oda al tiempo»

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Es lo que ocurre lo que es justo ahora, lo mismo fue ayer que es hoy y será mañana.

-¡Quiero ser grande, más grande cada día!-.

Siempre somos, si diez años como cincuenta, setenta y siete y medio o si tienes casi noventa. Has estudiado, conocido lugares, personas, gozado o sufrido, has vivido de todo un poco y demasiado, se te va cayendo el pelo y la piel pierde brillo, te duele la espalda o los ojos necesitan aumento para leer.

-¡Quiero ser gigante, cada vez más y más!-.

Es la sensación, …era la sensación. Cuando tenía cinco, pensé o daba por hecho, que crecería a lo alto como así también a lo ancho, más o menos en proporción, a la vez ibas aprendiendo, alcanzando más alto y más cosas, pudiendo comprender más palabras, abriendo mundos diferentes en cada estirón.

Daba igual que tuviera la referencia de los adultos, hice mis propias cábalas. Calculando cuánto crecería por año, y me imaginé midiendo dos metros y con la anchura de un árbol centenario.

-¡Quiero ser inmensa y profunda, como un bosque, como el horizonte, tan brillante como las estrellas!-.

Con los abuelos, (pensaba que todos los mayores eran mis abuelos), sentía que lo que pasaba era que te transformabas en un ser tan grande, tan, tan, tan sabio, tan lleno de vivencias y con tantos conocimientos, que el cuerpo debía reposar, sentarse, caminando despacio por el peso de tanta información, que te arrugas porque los pliegues de la piel, que se parecen a las páginas de los libros, son los surcos donde queda escrito lo vivido… las historias… los momentos…

-¡Quiero ser un gigante en tierra de gigantes!-.

Imaginaba un mundo de adultos altos. Era normal, yo era una niña y en mi perspectiva veía las barbillas de éstos muy cerca del techo, incluso si alargaban el brazo podían tocar la lámpara…

-¡Oh, qué grandes son!, quiero ser grande y poder ver por encima de los tejados, por encima de las nubes-.

Y crecí.

Hasta un metro setenta centímetros, una circunferencia de unos… no sé cuanto mido alrededor, eso si, mis caderas ocupan el mayor espacio, he llegado a pesar unos sesenta y cinco kilos, kilo arriba, kilo abajo. Tengo más de cuarenta, tres arrugas en el entrecejo, menos cuando río que salen más y han aparecido unas quince o veinte canas repartidas en dos mechoncitos. Hace dos meses que uso gafas para ver de cerca y ya no camino tan ligera como antes, aunque tenga prisa, no porque no pueda, es que me gusta disfrutar del trayecto. Me duelen las muñecas de dibujar y se me engarrotan los deditos.

Hoy me di cuenta de algo, lo voy a contar, aunque creo que estoy haciendo cabalas otra vez.

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Ese gran árbol ya estaba aquí,
yo tenia cinco, él, tantos o más,
marché lejos y por largo tiempo,
hace veinte años que lo conocí.

Ese árbol hoy está en una plaza,
unos años antes, dos calles atrás,
copa frondosa y alrededor un huerto,
hoy frente a él, más alta y sin alza.

A su alrededor la vida ocurrió,
cientos de seres, noches y días,
aire puro o polución, frío o calor,
por sus hojas y raíces alimentó.

En mí cambiaron muchas visiones,
oído mil voces, andado cien vías,
enferma y sana, riendo y con dolor,
en mi piel y sentir latieron corazones.

Ya ha creado muchas sombras,
perdido hojas, horizontes en lejanía,
algo más robusto, le sobresalen raíces,
hoy eres ese árbol, el ayer no añoras.

Ya he aprendido muchas cosas,
leído en varios idiomas, como quería,
algo menos torpe, no arraigo ni por narices,
hoy soy yo misma, al pasado no importas.
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-¡Quiero ser tan alta como la luna!, ¡tan filósofo como Platón, tan científica como Marie Curie, tan poeta como Baudelaire, grande o más rotunda que Lempicka !-.

Y aunque así llegara a ser, cuanto te vea y esté frente a ti, lo único que ocurriría sería ese instante, sin pasado o futuro.

Solo tú, árbol, y yo misma.

Que con o sin arrugas, con o sin hojas, a lo que es «el ahora mismo», no le hace falta nada más. Ni crecer o aprender.

En este preciso instante se resume todo nuestro encuentro

Solos tú y yo, sentada bajo tu sombra, ¿qué más te dio jamás, mi edad, mi sabiduría o experiencia, las lenguas que hablara, lo alta que fuera, cuántas canas me surgieran?.

Un soplo, eso es el tiempo.

-¡Quiero ser tan grande, que los planetas sirvan de escalones!-.

-¡Tan grande como para ser nube y estallar en rayos y truenos!-.

-¡Quisiera hablar tantas lenguas que pueda inventar una universal!-.

…tan grande…
…tan sabia…
…tan mayor…
…tan joven…
…tan pequeña…
…tan simple…
…tan, en este preciso momento…

Inventando. «Espejos»

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Nos podemos ver en cualquier momento y lugar,

me gustaría reconocer tu inocencia a pesar de los años,

dejar pasar las horas como lo hacíamos al jugar,

y si nos apeteciera, ir a encontrar tesoros de antaño.

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Cada hoy es como el primer día y el reloj siempre gira,

conciencia de existir en el mismo cuerpo y sentidos,

con la ambición de reflejar la forma en cada orilla,

y dejar la huella de nuestro paso por los caminos.